A Willy Ramos (Colombia, 1954), como señaló ya J. M. Bonet, solo cabe relacionarle con el retorno a la pintura -entendida como juego y placer- de los ochenta y, a través de ese movimiento efímero y necesario –catártico-, con el lujo, la calma y la voluptuosidad matissianos, con la pintura fruta de Bores y con una política que no haga del espectador el principal enemigo del hombre y la tierra. En sus pinturas y esculturas, siempre sencillas y coloristas, Ramos nos pregunta qué mal hay en amar los nenúfares y los ocasos; pero al amante de la forma le muestra también que los gestos, los movimientos de la mano y de la línea, las gamas cromáticas, provienen del ánimo y de la política: no es lo mismo un gesto vital que un temblor de ultratumba; ni es igual despedir luz que negrura….
Citando a Javier Rubio Nomblot