Un gorrión ahorcado que señala un palito colgado del techo que señala a un gato estrangulado con una cuerda que señala…
Luís Rivera Linares, cinéfilo desmesurado, presenta un recorrido por la obra de un pionero del suspense. Reconocido por sus perturbadoras tramas y por sus giros argumentales que, convertía a un determinado elemento inicial aparentemente importante en la trama, en un componente narrativo finalmente irrelevante.
Alfred Hitchcock mandó en la Navidad de 1928 una felicitación que, a modo de rompecabezas, recomponía su caricatura. Un dibujo realizado por él mismo, que consiste básicamente en cuatro curvas dispuestas según el opulento ritmo de su busto y que fue ampliamente difundido a través de su programa televisivo Hitchcock Presents.
Tanto el giro argumental como la síntesis descriptiva señalados, se recrean en esta muestra a través de unos móviles coloreados y abstractos que funcionan como excusa y como vehículo que nos conduce, a la percepción de su oscuro reflejo. Una vez allí, ya sabemos de lo que se habla, pues hemos recibido la clave para reconocer el rostro de un personaje. El rostro del protagonista de una historia determinada. Una vez allí, se nos revela el tiempo del desplazamiento y el tiempo de la memoria en el que a través de la historia dicha, se reviven experiencias que cuentan con nuestra empatía y complicidad, se reviven experiencias que señalan otras experiencias,
A simple vista, los signos vuelan en el espacio como una libélula delante del sol. Pero este espacio, ni es azul, ni refleja amplitudes celestiales, ni muestra el color de los sueños, sino que, con inusitada humildad, propone un tránsito y queda convertido en un pretexto irrelevante, en el señuelo de un juego, que genera el cortocircuito que emplaza las virtualidades hermenéuticas, interpelando experiencias sensibles y evocando los ritmos de una geometría atonal e indiferente.
Quizá sea este espacio, el Mcguffin señalado en uno de los títulos. O simplemente la revelación de un matrimonio multimillonario irlandés interesado en comunicar, a un apasionado del arte contemporáneo, el misterio del universo. Y de igual modo, comunicar ese tiempo, en que el objeto se convierte en sustitución cercano a la farsa y soniquete repleto de acentos fijos. Comunicar ese espacio inaprensible, dispuesto en múltiples fugas, que compone la realidad cotidiana.
¡Luz, más luz! Y descubriremos el secreto, señalando aquello que no debemos pronunciar.
¡Luz, más luz! Que esta nos ciegue y así, dejaremos de reconocer el mundo y nos protegeremos en las mágicas sombras de la oscuridad.
Pepe Romero