Hace tiempo, desde mi instalación titulada «sopa biológica», que lo invisible me interesa mucho más que lo que vemos sin poder evitarlo.
Quizás sea una forma de evasión.
Descubrimientos que me hacen pensar en un mundo paralelo donde todo cobra otro sentido, y donde lo que no vemos es realmente lo que importa.
Nuestro cuerpo, comenzando por lo cercano, gran parte de nuestro organismo, es invisible. Late el corazón, la sangre circula, nuestro cerebro elabora pensamientos… y todo esto permanece oculto o simplemente no somos conscientes de ello.
Células invisibles que solo se pueden ver a través de un microscopio y que son responsables de nuestra existencia y también de nuestra muerte.
¿Hay algo más importante que estos dos conceptos?
La muerte es el principio de la invisibilidad física.
Invisible y temida.
Nadie habla de ella y desconocemos que hay después. Queda el alma y la memoria. Pero también son invisibles.
La invisibilidad también es territorio femenino y el silencio su compañero de viaje.
Cuando una mujer cosía un detente o un escapulario, creaba una doble invisibilidad: Lo cosía en soledad y su ser querido lo llevaba escondido. ¿Que contenía ese amuleto que lo convertía en algo tan querido y mágico? Su portador posiblemente lo desconocía.
Religión y superstición.
Ese misterio de lo escondido es para mi muy inspirador… Las cosas pequeñas guardadas como tesoros son el juego de infancia por excelencia. Es una invisibilidad poética sublime, sobre todo por que el sueño infantil es el germen del poema.
El secreto como concepto creativo.
La invisibilidad de los espacios vacíos en la obra, dan al espectador la posibilidad de imaginar.
De visibilizar su propio universo. El vacío oprime como si de dos muros se tratara.
La Creación, esa es su magia. Nos lleva por lugares desconocidos, donde hay que dejarse llevar suavemente para poder transitar.
Donde el tiempo pasa lento y no importa el después.
Una máquina procesadora de sueños, organismos vivos con formas orgánicas, que elaboren las ideas, las archiven y las transformen en algo casi invisible, sutil y liviano.
Algo que sólo puedan ver los soñadores.
Un paisaje exterior que nos invita a excavar hacia lo invisible, hacia la profundidad de nuestro pensamiento.
Búsqueda de un itinerario, un camino, una guía hacia algún lugar.
Encontré entre cientos de libros de la biblioteca de mi padre, un pequeñísimo papel con una palabra y 4 cifras, escrito a mano por él.
Es difícil encontrar un papel de ese tamaño entre miles de páginas. La palabra era Job.
Y las cifras 38.11
El mensaje oculto (volviendo de nuevo a la invisibilidad), decía así:
Hasta aquí llegarás, pero no más allá. Aquí se detendrá el orgullo de tus olas.
Job 38,11
Una bíblica referencia cartográfica.
Una declaración de zona fronteriza.
Un límite poético, para un lugar invisible.
¿Hasta dónde hubiera llegado sin ese orgullo? ¿Dónde me detendría?
¿Y dónde estaba ese fin de trayecto, que suponía no conocer un más allá ?
¿Y era un más allá o el más allá supremo que entendemos como el Lugar más invisible de todos?
Descubrir esa cartografía invisible, ese hilo conductor hacia la espiritualidad, que solo es posible desde la ensoñación.
Releer lo que vemos, para poder visualizar lo que no vemos.
Caminos subterráneos que absorben y transforman el paisaje cotidiano, tan cotidiano que a veces se vuelve invisible.