Adentrarse en el arte de Isabel Momparler implica descubrir formas reconocibles como flores y jardines desdibujados en una obra que se percibe esencialmente como abstracta. Sin embargo, dentro de esta ambigüedad yace una conexión con el mundo tangible. Las inclusiones de noritos, y rezos dirigidos a deidades sintoístas son invocaciones simbólicas que le añaden discursos contextuales a la experiencia estética.
De la misma manera que Monet representó la belleza inserta en los nenúfares de su jardín acuático, Momparler busca recrear esa solemnidad en el lienzo. Sus obras reflejan los estados de ánimo más serenos y sutiles de la naturaleza, capturando la vitalidad del verde, el color esencial de la vida, con una delicadeza distintiva. Paisajes, motivos florales y vistas naturales se representan como atrapados en una suave neblina, con pinceladas sueltas y desenfadadas, pero de una notable complejidad.
La técnica empleada fusiona armoniosamente la riqueza del óleo con la versatilidad del acrílico, creando diversas texturas que van desde suaves hasta rugosas. La superposición de capas de pinturas en una mezcla de azules, verdes y rosas sobre fondos de tonos más delicados cultiva una riqueza visual que invita a explorar cada pieza con una mirada atenta.
Lo verdaderamente cautivador es cómo Momparler personaliza sus obras, no sólo con una firma, sino con patrones y frases que insinúan una narrativa más allá del escenario abstracto. Involucra y desafía al espectador a ir más allá de la primera mirada y detenerse en los detalles de pequeños dibujos, frases y motivos perfectamente integrados.