Grietas, franjas y color. Entre la embriaguez del silencio y lo indecible.
Nanda Botella ha estado trabajando en esta serie de imágenes circulares desde los últimos años; una búsqueda incesante entre la experiencia de la pintura y la pintura como vehículo. Entre la pintora y la experiencia de quien lo contempla sin espacios para el ruido.
En estas últimas producciones, su trabajo ha sufrido grandes cambios, introduciendo diferentes planos y visiones sobre una misma paleta cromática.
Su obra, en esta exposición, se reconoce tanto por su apariencia inmaculada como por su técnica con el uso de plantillas y pintura en aerosol. Sus caminos de experimentación se remontan a algunos gigantes de la historia del arte: a los «Objetivos» de Jasper Johns yKenneth Noland de los años 50 y a las imágenes de Op Art de los años sesenta. Nanda Botella adopta estos estilos y los adapta a la estética urbana, a una síntesis abstracta de los muros de valencia cubiertos con pintura en aerosol.
La superficie pulida y transparente de las obras coexiste con una economía formal basada en círculos y franjas de color yuxtapuestas de forma hermética que nos guían hacia contornos difuminados que se fusionan con la plenitud cromática y las transparencias del soporte. Visualizamos fenómenos como la luz, el espacio, el tiempo, la estructura, el accidente y la progresión de pigmentos que dan paso al color. La luz escogida estimula la contemplación a la vez que remite a la recuperación del deseo, al placer de mirar.
Las franjas anteriores y posteriores no se subordinan unas con otras, todas ellas poseen el mismo valor compositivo, animado pictóricamente por los incesante ritmos y los contrastes simultáneos. El color y la acción se fusionan y acentúan el aspecto meditativo como si fueran polifonías instintivas. La serie se configura por estructuras de repetición realizadas con paletas equilibradas dónde el color y la forma se agrupan de una manera relacional, como si se tratara de una organización holística.
El espacio sugerido se convierte en lugar de acontecimiento del color, y su interior se constituye en el alma de la obra, un lugar metafórico, un surco, una grieta, un gesto que nos transporta hacia el interior, que invoca a la profundidad, que alude a lo místico, a la transformación, a la mutación, al cambio y da como resultado una obra enigmática, de apariencia atractiva y delicada. Una intención no intencionada que nos crea un espacio contemplativo entre la embriaguez del silencio y lo indecible.
Una recuperación del deseo y del placer de mirar desde la contemplación
Jorge López